El marketing “sororidario”.

Recientemente, el país entero conoció la historia de cinco “Mujeres Brillantes” que están transformando la vida de sus comunidades con pura solidaridad y ahora “sororidad”.

La Real Academia Española define el término “sororidad” como la relación de hermandad y solidaridad entre mujeres, a fin de crear redes de apoyo que impulsen cambios sociales hacia la igualdad.

Brilla de Gases del Caribe es una marca que opera una solución financiera enfocada en el mejoramiento de la calidad de vida, la cual, a lo largo de los años y luego de varios estudios con sus clientes, encontró que era percibida como femenina.

En la búsqueda de complementar su oferta de valor y basándose en que más del 70% de sus clientes son mujeres, diseñó una campaña para visibilizar a las mujeres que, con su liderazgo y trabajo, están transformando a sus comunidades.

De ahí surge este nuevo concepto publicitario de “Marketing de Sororidad” que, más allá de bautizarlo para sonar disruptivo, busca incentivar estrategias que las marcas adopten y apliquen con la responsabilidad que les concierne. Porque toda empresa que opera un negocio no es, ni será, exitosa por los clientes, sino para sus clientes.

El éxito de estas campañas se ve reflejado en el resultado directo: en este caso, tuvo más de 700 mujeres postuladas, y en el indirecto, afianzando los valores de la marca.

Aplaudimos a esta empresa por ir más allá de una conexión de gas, premiando y permitiéndonos conocer las historias de cinco mujeres a las cuales escogieron como ganadoras.

Ellas fueron, en el Atlántico: Lorena Díaz, una recicladora quien, junto a su esposo e hija, brinda enseñanza y alimentación a 70 niños no escolarizados en la sala de su casa; Yuranis Morales, una joven que, diariamente con su fundación, alimenta a 110 niños y brinda talleres a madres comunitarias; y Olga Caballero, quien lleva casi 30 años confeccionando y donando disfraces a niños de escasos recursos del municipio de Soledad que participan en el Carnaval de Barranquilla.

En el Magdalena: Beatriz Barrios, quien apoya a mujeres que han sufrido violencia intrafamiliar. Y en el Cesar: Lucila Barrera, quien ha dedicado su vida a apoyar a los niños que nacen con fisura labial.

El marketing o el ejercicio publicitario debe ser entendido como una herramienta que se enfoque, además de vender un servicio o producto, en mejorar la sociedad, haciendo su aporte en la construcción de tejido social, con educación y progreso económico. No solamente por una intención altruista, sino por la misma sostenibilidad del negocio.

Los francotiradores de Trump

La mañana del sábado 13 de julio, Trump se levantó de la cama con más incertidumbres que certezas. Las noticias sobre un debilitado Joe Biden y un posible reemplazo por Michelle o Kamala en lugar de ser una ventaja para los Republicanos, acaparaban los titulares de tabloides y portales digitales, centrando la atención en los Demócratas.

Trump, un hombre siempre sediento de protagonismo, debió sentirse afectado por no estar en el centro de la opinión. Para empeorar las cosas, su agenda del día no era prometedora: reuniones rutinarias y, por la tarde, un mitin en una ciudad intermedia de Pensilvania que poco o nada debió motivarlo. Testigos dicen que llegó al recinto cabizbajo.

Después de saludar al público y mostrar su sonrisa entrenada, tomó el micrófono y comenzó su discurso. Solo llevaba unos minutos cuando se escucharon las detonaciones. Trump se quedó en silencio por medio segundo, se agarró la orejaderecha y se tiró al suelo. Inmediatamente fuerodeado por un escudo humano del servicio secreto, el recinto quedó en un inquietante silencio.

Lo que sucedió después marcó un antes y un después en la historia de las campañas políticas modernas en Estados Unidos. Decenas de francotiradores comenzaron a disparar, y no me refiero al solitario y perturbado Thomas Crooks, de quien aún no hay información sobre sus motivos, ni a los del servicio secreto vaciando sus cargadores en el cuerpo del atacante. Me refiero a los fotógrafos que persiguen un Pulitzer con cada disparo de sus cámaras.

Los micrófonos captaron a un Trump desorientado, preocupado por su zapato: “¡Déjenme coger mi zapato!”, exclamó. Luego, cuando su equipo de seguridad obligaba su salida, al ver que solo fue rasguñado por el proyectil y con la cara cubierta de sangre, su mente sagaz entendió la oportunidad histórica que se le presentaba. Rápidamente le dijo a su equipo: “¡Esperen, esperen!” y se levantó con su cabellera rubia intacta, entre el tumulto, con los labios apretados, su cara ensangrentada, alzó el puño derecho al cielo y gritó: “¡Luchen! ¡Luchen! ¡Luchen!”.

La multitud comenzó a vitorearlo, y los fotógrafos al pie de la tarima dispararon la imagen que se convertirá en la estampa política más difundida, recordada y venerada por la sociedad republicana moderna.

Con esa fotografía, dificilmente habrá campaña de Biden, Obama o Kamala que la supere. Trump será olvidado como evasor de impuestos, filtrador de información, corrupto y adúltero, para ser postulado como héroe de la patria.

El sentido patriótico republicano, guerrero, belicista y balístico americano se ha alzado y consolidado. Trump fue disparado a la presidencia.

Una señal de alerta para el río

Quienes acostumbran a leerme sabrán que tengo una obsesión con los temas ambientales y tecnológicos. Al igual que muchos, sufro cuando voy a la playa o al río y veo basura flotando. Me indigno cuando las empresas no cumplen con sus compromisos de responsabilidad social y ambiental. Y me da un tic nervioso cuando veo a alguien soltando un empaque plástico al viento.

Desde hace un par de años, me he unido a personas con mi mismo tic nervioso-ambiental. Hemos tenido encuentros creativos para visibilizar una problemática que parece invisible para muchos gobernantes, empresarios y la sociedad civil.

Una de estas maravillosas personas es una vieja amiga a la cual admiro por su profunda devoción al Río Magdalena y a su amado Puerto Colombia. Me refiero a Hortensia Sánchez, una compañera de esas con la que, después de hablar de temas profundos, sientes que te vuelves mejor persona.

Con ella me senté hace un par de años, y mientras hablábamos sobre la poca preocupación que muestra la sociedad sobre la problemática de las basuras en el río, se nos ocurrió utilizar la tecnología para tener pruebas fehacientes de un postulado: la basura que se lanza al río en el interior del país llega hasta las playas de Puerto Colombia.

Este tema quedó como una iniciativa a la que le estamos buscando una «acabativa» que necesita de apoyo gubernamental y empresarial. Mientras tanto, me propuse ejecutar una prueba piloto.

En una reciente travesía por el río, cuando estábamos cruzando bajo el puente de Calamar, con la convicción de estar ejecutando una prueba técnica que busca un bien común, saqué de mi bolsillo un dispositivo de localización GPS que utilizo para encontrar las llaves de mi carro. Lo metí en una botella plástica, la cual cerré herméticamente y, luego de pedirle perdón al mismísimo Mohán, la lancé a las aguas del río.

Este dispositivo casero solo es rastreable cuando un teléfono celular equipado con la misma tecnología (Airtag de Apple) se encuentra cerca. Me sentí iluso por pretender que el dispositivo flotando por las aguas se topara con algún pescador, poblador o navegante que portara un teléfono con la misma tecnología.

Sabía que era difícil que durante los kilómetros de río el dispositivo enviara una señal. Pero confiaba que al llegar a Barranquilla, alguien en el malecón rebotara la señal.

Y así fue. El pasado domingo el dispositivo reportó ubicación frente al “Caimán del Río” y más tarde en Bocas de Cenizas, cerca de la vía del nuevo tren turístico.

Solo me queda esperar que llegue a la playa de Puerto Colombia, lo cual calculo será en los próximos días. Confío en que algún turista reporte el destino final de la basura náufraga con propósito, logrando comprobar la prueba piloto de nuestro proyecto.

“AMAr” al Río

Hace unas semanas, la vida y el Río Magdalena me unieron con un ser de otro mundo, como sus aguas se unen en el delta cuando llegan al mar.

Por cuestiones de negocios, en una oficina de la Vía 40 con vista al río, conocí a una persona nativa de la lejana isla Rapa Nui, también conocida como Isla de Pascua. Esta isla, con apenas 7 mil habitantes, preserva un tesoro cultural de la humanidad y mantiene una conexión ancestral con los mares y ríos del planeta.

Más allá de su procedencia exótica, lo que me impresionó fue su conexión genuina y fantástica con el Río Magdalena, sus pueblos, su historia y su cultura. Sentí vergüenza al ver cómo este extranjero apreciaba nuestro río y su potencial, mientras muchos colombianos lo tenemos abandonado.

Conversar con él me recordó a Wade Davis, autor del libro “Magdalena River”. Este investigador y escritor canadiense, apasionado por los ríos del mundo, se enamoró del Magdalena. Davis se aventuró durante años por sus aguas, desde el Páramo de las Papas hasta Bocas de Cenizas, narrando la historia de Colombia con el río como protagonista.

Hace unas semanas, mi nuevo amigo me invitó a una de sus travesías. Para él, una jornada normal; para mí, una aventura extraordinaria. Pude ver con mis propios ojos la grandeza de nuestra naturaleza: los pueblos con sus iglesias mirando al río, los pescadores en sus faenas, las aves volando en batido, y las babillas cazando mariposas. Pero también vi la erosión de sus costas, la contaminación con manchas aceitosas, y basura flotando en un viaje de desgracia.

Con el atardecer llegamos a Mompox. Mientras atracábamos en el muelle, el cielo naranja y el sol dorado pintaban las cúpulas de sus iglesias. Sentí un aire de esperanza. Gracias a este ser de otro mundo y a los innumerables extranjeros que descubren la Colombia profunda, pronto AMAremos tanto a nuestro río que seremos más conscientes y lo aprovecharemos como lo hicieron nuestros ancestros.

Para lograrlo, necesitamos actuar. Eduquemos a nuestras comunidades sobre la importancia del río, promovamos el turismo responsable y exijamos políticas para su conservación. Solo así, nuestro querido Magdalena recuperará su lugar como fuente de vida y cultura para Colombia.

La vida vuelve al centro

Se cumplieron 25 años desde que el Ministerio de Cultura declaró al centro histórico de Barranquilla “Bien de Interés Cultural”. La resolución 1614 de 1999 firmada durante el gobierno de Pastrana y la alcaldía de Bernardo Hoyos, marcó el inicio de un largo y espinoso proceso de recuperación.

El centro de Barranquilla comenzó a construirse en el siglo XVII como epicentro de desarrollo portuario fluvial, industrial, comercial y turístico. Fundado en arquitectura republicana como símbolo de modernismo distanciándose de una Cartagena colonial. Fue epicentro de innovación con calles pensadas para transitar vehículos con motor y no a caballos. Vanguardista en el arte con vitrales, mosaicos y murales. Y soñador con un cielo surcado por los primeros aviones del continente.

Así como éstos hay muchos otros ejemplos de un progreso que hoy se oculta tras una invasión descomunal de cortinas de hierro, carteles y tenderetes que invadieron la otrora grandeza de un símbolo de progreso nacional.

Han sido varios los alcaldes desde entonces, algunos con más y otros con menos interés por revivir la grandeza del centro. Pero luego de todos estos años, comenzamos a ver una luz dorada de esperanza que se asoma desde el río en cada amanecer.

Las Batatillas que inspiraron a Estercita Forero están volviendo a florecer entre los tejados. Las terrazas de los edificios se están redescubriendo con la reubicación de los comerciantes. Las almas vagabundas que deambulan por sus calles están siendo desplazadas por la alegría de las familias que están retornando a donde todo comenzó, para construir sus proyectos de vida en el corazón de la ciudad que vuelve a latir con fuerza.

Vivir en el centro hace unos años no era una opción para la mayoría de los barranquilleros, pero hoy, con toda la transformación que se está viviendo, es una realidad.

Porque las viviendas usadas y nuevas están destinadas a valorizarse exponencialmente así como sucedió en el centro histórico de Cartagena, en el de Santa Marta y en los de todo el mundo.

En cambio, las opciones actuales de crecimiento de vivienda está obligando a los barranquilleros a mudarse por fuera de Barranquilla. En ciudadelas alejadas de los centros urbanos, obligando a la gente estar más tiempo en un transporte para ir a estudiar o llegar al trabajo. En vez de tener más tiempo libre en familia.

Por eso volver al centro se vuelve una oportunidad para los que quieren ser parte de la historia de la ciudad. Y ser testigos de un renacer urbano, aprovechando todas las ventajas de cercanía y economía que este ofrece.

Las madres de los “Hijue’madres»

La ciencia ha estudiado ampliamente los sentimientos de las madres hacia sus hijos. Y todo lo que una madre entrega en amor, en sufrimiento, ejemplo, formación, sacrificio y templanza por su hijo o hija. Forjando la personalidad de los que habitamos y construimos una sociedad.

Haciendo una interpretación literaria de las personalidades de los hijos que se han visto influenciados por sus madres, encontramos los “hijue’wendys”. Estos son aquellos que nunca han madurado debido a madres que padecen el “Síndrome de Wendy”. Inspirado en el personaje de la novela “Peter Pan”, escrita el siglo pasado por el escocés James Matthew Barrie. Son madres que sobreprotegen y causan que sus hijos vivan siempre en el ‘Nunca Jamás’.

Los “Hijue’bovaristas”. Son los frívolos y antipáticos que crecieron sin conocer el amor persistente de una mujer que sufre del síndrome de ‘Madame Bovary’. Descrito según los rasgos del personaje creado por el novelista francés del siglo XIX, Gustave Flaubert. Mujeres implacablemente obsesivas que nunca encuentran paz por idealizar relaciones, priorizando a sus parejas y relegando el amor de sus hijos.

Los “Hijue’medeas”, son las personas que crecieron sin la presencia de una madre, inspirado en ‘Medea’, personaje macabro de la novela trágica del poeta griego del siglo V a.C. Eurípides. Una bruja que mata a sus dos hijos por venganza contra su esposo.

Y están los “Hijue’úrsulas”. Son personas formadas con amor y carácter de madres dedicadas, independientes, autoritarias pero a la vez generosas. Inspirado en el personaje ‘Úrsula Iguarán’ de la novela de Gabriel García Márquez ‘Cien Años de Soledad’. Una matriarca que prioriza siempre el bienestar familiar.

Existen muchos arquetipos en la literatura y el cine que encarnan los sentimientos de una madre hacia sus hijos. El amor de una madre es un regalo que recibimos, el cual nos compromete a cuidar y no defraudar. Ningún hijo que haya recibido amor querrá defraudar a su madre. Sería una traición a su confianza y devoción.

Por eso no me explico por qué en nuestra sociedad hay tantos “Hijue´madres”.

Si cada persona antes de matar, robar, insultar, engañar, sobornar, corromper, abusar, violentar, amenazar, disponer de recursos públicos para comprar senadores, engañar al pueblo, mentir para dividir y rasgarse las vestiduras cuando tienen rabo de paja. Si tan solo antes de cada uno de estos vejámenes pensaran en sus madres y en sus sentimientos, tal vez tendríamos una mejor sociedad.

“Guerra Civil”

La ciudad está sumida en el caos: las calles rebosan de marchas, la gente protesta porque las tiendas están cerradas y no pueden adquirir alimentos. Con la mirada perdida entre el dolor y la frustración, una mujer envuelta en una bandera corre hacia la montonera estallando en el inicio de una escena que nos insta a reflexionar sobre el peligro de la involución de una sociedad polarizada, mal informada, herida y desesperada.

Aunque no refleja la realidad actual, bien podría hacerlo; aunque no se sitúa en Colombia, la trama se vuelve palpable. Hablo de “Civil War”, el más reciente estreno de Alex Garland, un director-escritor futurista con varios éxitos de taquilla a sus espaldas. La cinta ha generado un gran revuelo mundial al plantear una guerra civil en Estados Unidos, cargada de una realidad cruda, narrada desde la perspectiva de fotoperiodistas que buscan la noticia disparando sus cámaras en las escenas más duras del ‘cinéma verité’ contemporáneo.

Por otro lado, en Colombia, la masiva movilización de los sectores de oposición del pasado domingo 21 de abril marcó el inicio de una batalla de marchas que recibirá respuesta por parte del oficialismo el próximo 1 de mayo. Si el gobierno, las autoridades y la sociedad civil no moderan el tono de las protestas, podríamos estar iniciando lamentablemente una película de la degradación de nuestro país.

El presidente, elegido por la mayoría del pueblo, tiene el deber de legislar escuchando y logrando acuerdos con la oposición. Del mismo modo, los opositores deben respetar la legitimidad del gobierno y abandonar cualquier iniciativa de rebelión. De lo contrario, caeremos en una trama de odios y rencores que nos pondrá en un conflicto de todos contra todos.

La trama de nuestra película, no la del cine, está llegando al clímax de la historia. En este caso, el protagonista principal trata de sofocar la expresión popular de la oposición, cegado por lo que prefiere ver y ensordecido por el ruido del coro de aplausos que lo rodea. Y por el otro lado, los antagonistas se aprovechan de las indignaciones sociales, algunas provocadas por este gobierno y otras por administraciones anteriores de ellos mismos. Pero saben que al agitar la opinión desinformada aumentarán su caudal electoral.

Mientras tanto, la gente sigue enfrentando los mismos desafíos, viendo cómo la solución a los problemas fundamentales se enredan en una batalla en la que el pueblo es el soldado del pelotón. No caigamos en la trampa de la “Guerra Civil de la Opinión”.

Vivir sin aire

Hace 30 años, la agrupación Maná dominaba las listas musicales con esta canción que hoy resuena irónicamente en los bolsillos de los costeños:

«¿Cómo quisiera poder vivir sin aire…? Pero no puedo, siento que muero. ¡Me estoy ahogando…!»

Hoy en día, las empresas Aire y Afinia ocupan el primer lugar en el ranking, pero no precisamente por la admiración ciudadana. Las elevadas facturas y su constante aumento, directamente proporcional a la injusticia tarifaria, junto con la ola de calor que nos obliga a mantener encendidos los ventiladores durante más tiempo, han llevado las conciencias de los caribeños a un punto de ebullición, con suficiente temperatura como para hervirnos en la misma olla.

Este año, las diferencias políticas entre izquierda y derecha nos han dividido, pero Aire y Afinia nos mantienen unidos marchando por el mismo propósito. Es una protesta donde son bienvenidos tanto los justos como los pecadores, y hay bastantes de estos últimos levantando la bandera contra la injusticia tarifaria. Sin embargo, cuando estaban en el poder, no alzaron la voz y permitieron que nos impusieran un mico legal, autorizando a las empresas a cobrarnos las pérdidas técnicas por el robo de energía.

Los agravantes del problema de la sostenibilidad económica en el servicio de energía viene de mucho tiempo atrás. Las condiciones climáticas y la salinidad del ambiente exigen un costoso y constante mantenimiento de las redes. El gobierno nacional cobra el kilovatio con la misma fórmula tarifaria que en otras regiones, sin considerar que aquí, en el Caribe, nuestro consumo promedio es más alto. Además de la cultura del no pago y el robo de energía que nos enferma como sociedad. Son algunos de los factores que los involucrados en este conflicto no hemos sabido manejar.

Sin embargo, es algo que debemos solucionar. Y esto se logra si todos colaboramos.

Si nuestros representantes políticos nos defienden y logran bajar o eliminar los cobros adicionales de tasa de seguridad y alumbrado público, si el gobierno interviene a conciencia, si la Superintendencia de Servicios Públicos hace su trabajo y se dedica a defender a los usuarios, si la empresa prestadora comienza a aportar y no a amenazar, y si nosotros, los usuarios, nos concientizamos de que la energía debe pagarse y cuidarse. Seguramente, nuestra región y nuestros bolsillos podrán seguir respirando.

Amor reciclado

La historia de Paco y Paca.

Se conocieron en la góndola del supermercado. Fue muy temprano en la mañana cuando el surtidor los dispuso frente a frente según su precio y categoría. 

Aunque ella vestía de verde limón y él de rojo tomate, compartían el mismo tamaño, la misma tabla nutricional y hasta los sellos negros de advertencia.

Durante toda la mañana solo se miraron deseando estar juntos. 

La suerte les llegó por la tarde, cuando un par de jóvenes regordetes los arrebataron de la góndola, los llevaron hasta la caja registradora y luego de timbrar sus códigos de barra, fueron a parar a la misma bolsa. 

Paco quedó encima de Paca reposando sobre un pan de almohadilla. Con el vaivén del transporte sus empaques crujieron de felicidad, mientras rozaban sus marcas una con la otra.

Cuando volvieron a ver la luz estaban en un parque sobre un mantel de cuadros. Disfrutaron de la brisa y vieron pasar el sol entre las ramas de los árboles que bailaban con el viento. 

A la hora de la merienda llegó el momento para ellos, fueron tomados entre manos y con un apretujón explotaron dejando salir todo lo que llevaban dentro. La frescura que conservaban fue entregada bocado a bocado. 

Después del éxtasis de colorantes y conservantes liberados, la primera etapa de sus vidas útiles había concluido. Solo les faltaba llegar a una caneca para que fundieran sus almas en una planta de reciclaje y así transformarse, juntos, en algo nuevo que les siguiese dando sentido a sus vidas. 

Pero no fue así. Luego de ser manoseados los lanzaron al suelo. Con el corazón arrugado cayeron sintiendo el vacío de sus vidas. La brisa que antes disfrutaron ahora era una pesadilla. Paco fue absorbido por un torbellino de hojas secas y luego de interminables vueltas quedó tirado en la calle junto a un poste. Paca fue pateada, pisoteada y arrastrada por almas insensibles que corrían por el camino.

Un niño que acababa de leer en el colegio un libro de Celso Román, haciendo consciencia del cuidado del medio ambiente, tomó a Paca con su traje verde limón por una punta con el cuidado de no ensuciarse y la llevó hasta la caneca azul junto al poste.

A pocos metros Paco, de rojo tomate, sucio y rasgado, alcanzó a verla entrar en el bote de basura y se alegró. Al menos ella tendría una segunda oportunidad en el relleno sanitario. 

No se sabe nada de Paco hoy en día, podría estar deambulando al frente de una casa, en alguna esquina junto a otros desechables, o peor, ahogado en el río navegando hasta un mar de basuras.

Esta historia no tiene final feliz, ni siquiera debiera contarse, sino reciclarse. 

Basura Náufraga

Caminar por las playas del Atlántico además de un disfrute de brisa fresca y atardeceres dorados, la acumulación de basuras enredadas en palos y tarulla, convierte lo que debería ser un plácido paseo en una carrera de obstáculos.

La Triple A, en una reciente investigación que realicé, me contó recoge un promedio de 300 toneladas mensuales de basura orgánica e inorgánica que cada día amanece en el litoral del municipio de Puerto Colombia.

¡Qué cochina que es esta gente, destruyen su propio patrimonio! Exclamó con indignación un amigo cachaco que me escuchó la historia.

Si bien es cierto que en materia de cultura ciudadana todavía tenemos mucho que aprender, la indignación de mi amigo debería ser propia. Durante la caminata me propuse analizar la basura que encontraba. Y entre chancletas raídas enredadas en taruya muerta, lo que sobresalía era empaques de mecatos, envases plásticos y latas. Muchas de ellas, con marcas que no se venden en nuestra región.

El Río Magdalena tiene una longitud de 1.525 kilómetros, de los cuales 886 son navegables, atraviesa Colombia de sur a norte. Y a sus aguas van a parar casi todos los alcantarillados, desechos industriales y botaderos ilegales de basura. Según un estudio del “Observatorio del Río Magdalena de la Universidad del Norte”, puede arrastrar hasta 900 toneladas continuas de residuos flotantes a una velocidad de 2 metros por segundo. Esto significa que una botella arrojada en el Río Bogotá, en menos de una semana podría aparecer atollada en el flamante nuevo muelle de Puerto.

¿Cómo es posible? Me preguntó mi amigo cachaco.

La respuesta exacta me la dio un ingeniero hidráulico-ambiental, el río arrastra la basura que viaja desde el interior dejando una estela de desgracia en todas las cuencas. Y la que se desprende y logra seguir su curso, llega hasta Bocas de Cenizas. Al enfrentarse a las corrientes del Mar Caribe, es arrastrada la mayoría hasta las playas de nuestro departamento.

La indignación de mi amigo debería ser colectiva, tenemos una culpa compartida que merece nuestra atención urgente. Invito a todos los colombianos a que elevemos la voz y clamemos por nuestro río. Los que vivimos junto a él en su desembocadura y los que viven río arriba. Estamos contaminando el agua que bebemos y nos bañamos. Estamos ensuciando el azul de nuestra bandera, tenemos en el descuido y en el olvido la arteria principal de progreso y desarrollo de la nación.